Primera edición: 2013

Segunda edición: 2014

Un trato casi perfecto

Serie Nuevas Oportunidades I

Romance contemporáneo


   Tras recibir un duro revés del destino, Amy había decidido renunciar al amor y a los hombres. La vida ya era suficientemente complicada como para agregar al príncipe sapo a la ecuación. Pero una inesperada visita nocturna de su vecino le anticipó que su vida no volvería a ser la misma. 

   Marc no quería saber nada de compromiso, las mujeres entraban y salían de su cama como los clientes de su restaurante, pero la escandalosa propuesta de su dulce, inocente y homicida vecina era algo que no podía rechazar.

   Dos reglas y un trato. Todo era perfecto ¿o no?

A LA VENTA EN AMAZON



 

PRÓLOGO

 

Un gran estruendo irrumpió en el silencio de la noche y Amy no pudo evitar sobresaltarse. Se incorporó rápidamente en su cama y lanzó una mirada al despertador de la mesilla. Desde luego no era hora de levantarse, apenas eran las dos de la mañana. Miró hacia la ventana y pudo ver cómo caía la lluvia dejando un rastro apenas perceptible en los cristales de su habitación.

Adoraba ese estado del tiempo.

Sintió la necesidad de salir de la cama, abrir la ventana y respirar profundamente el olor a tierra mojada, antes de que la razón acudiera a ella y la obligara a volver a acostarse.

Descalza, pisó sobre su suave alfombra, lo que hizo que un extraño sentimiento de comodidad y esperanza subiera por cada terminación nerviosa de su cuerpo. Abrió la ventana y aspiró con fuerza.

Un golpe brusco la sacó de su ensoñación haciéndola girarse y mirar hacia la puerta abierta de su dormitorio. Más allá no había otra cosa que el oscuro pasillo que conectaba su espacio personal con la puerta de su casa.

¿Qué estaría pasando en la escalera? ¿Algún vecino necesitaría ayuda?

Cogió rápidamente una bata, se puso sus zapatillas de conejito azules y se dirigió hacia la puerta blindada de su hogar, colocó las palmas de sus manos en la madera de la puerta y pegó la oreja para escuchar atentamente.

Unos leves gemidos al otro lado hicieron que se separara con brusquedad. Su respiración se aceleró, sus manos empezaron a sudar y entrecerró la mirada mientras decidía cómo debería actuar.

 Alguien estaba sufriendo. Tendría que hacer algo, desde luego no abrirla, no tenía ningún arma a mano y no quería resultar herida y empeorar una situación que tenía toda la pinta de ser lo suficientemente mala.

Se acercó de nuevo a la puerta y esta vez espió por la mirilla. Apenas si se veía un contorno de dos personas muy pegadas. No podía distinguir quiénes eran, ni siquiera si eran hombres o mujeres, pero sí sabía que algo no estaba bien.

Armándose de valor, cogió uno de los paraguas que tenía en el paragüero al lado de la entrada, abrió con ímpetu la puerta y amenazó a la extraña pareja que estaba pegada sobre la pared:

—Alto ahí —gritó—. No se muevan o llamaré a la policía.

Un sonido de sorpresa, seguido de una maldición, llegó hasta ella atravesando el pequeño hall que había entre las puertas de los dos hogares. Uno de los desconocidos encendió la luz y la fulminó con la mirada.

—¿Se puede saber qué le pasa? —preguntó—. ¿Qué pretende hacer con ese paraguas?

—No se mueva. He oído como atacaba a esa...

Miró a la mujer y de nuevo al hombre. Volvió a mirar a la chica y de pronto comprendió lo que estaba pasando. La joven estaba medio desnuda, su blusa desabrochada dejaba ver el delicado sujetador de encaje que alzaba unos pechos absolutamente perfectos y la falda estaba subida hasta más arriba de lo decoroso. El hombre a su vez llevaba el torso desnudo y la cremallera de los pantalones abierta; un inmenso bulto alzaba la tela creando una tienda de campaña en su entrepierna. La comprensión hizo que se sonrojara de inmediato. No tuvo ni una sola oportunidad de evitarlo.

—Oh, no —susurró—. Lo siento mucho —añadió rápidamente apartando la mirada y bajando el amenazante paraguas.

—Sí, exactamente... —La mirada irritada del hombre hizo que Amy se sintiera mucho peor.

—Lo siento. Pensé que... —Lo miró y la garganta se le secó de inmediato—. Pensé que le estaba haciendo daño y yo...

—Pensó mal —dijo la mujer, también parecía bastante molesta. Al parecer esa era su especialidad últimamente, hacer que todo el mundo se enfadara con ella. Acabaría muriendo sola, con una docena de gatos comiéndose su cadáver.

—Lo siento. Me iré y les dejaré con... —El sonrojo se incrementó de nuevo—. Lo siento —dijo sin añadir más explicaciones.

Entró en casa y cerró la puerta a su espalda, se apoyó contra ella y se dejó resbalar suavemente hasta el suelo, donde encogió las piernas abrazándose y descansando su cabeza sobre ellas, mientras la vergüenza se extendía por cada célula de su cuerpo. Nunca dejaría de meter la pata, al parecer era algo que le venía de fábrica.

Por favor, Dios —susurró— no dejes que vuelva a hacer algo así.

Apoyó de nuevo la cabeza contra la puerta y miró al techo. No pretendía escuchar pero no pudo evitar oír el ruido que hizo la puerta de su vecino al cerrarse con fuerza tras ellos, dejándola inevitablemente sumida en sus pensamientos.

Vaya forma de darme a conocer al bombón de en frente. Desde luego soy toda una conquistadora... Un momento —pensó—, ¿bombón? ¿Desde cuando se fijaba ella en el aspecto de los hombres...?

—Desde ahora —le contestó su mente—. No podemos evitar darnos cuenta de la suma perfección de ese Dios griego de piel dorada, pelo oscuro y ojos claros.

Sonrió a la oscuridad.

Ese torso musculoso... el vello de su pecho, un lugar maravilloso para enredar los dedos y hacer mil cosas más.

—Y ese delicioso bulto en...

—¡Shhhhh! ¡No digas eso! —regañó a su alter ego—. Nosotras no nos fijamos en esas cosas.

Ja, ¡eso dices tú!

—Eso decimos nosotras. Tú eres yo, no lo olvides.

Yo soy tu mejor parte.

—Tengo que hacer algo para disculparme... —susurró—. ¿Una bandeja de galletitas de chocolate?

Su mente no contestó. Realmente estaba mal, hablando consigo misma, pero era una actividad que había empezado a llevar a cabo después de la ruptura con el idiota de su ex. Ese hombre había destruido su autoestima, su vida y sus sueños. Desde luego no quería otro hombre en su vida que le hiciera lo mismo por segunda vez. Estaba mejor sola y ese vecino tan... encantador —pensó con sarcasmo— no iba a tentarla en absoluto.

Había metido la pata pero todo el mundo cometía errores. Hornearía una bandeja de galletas y le pediría disculpas y si después de eso él seguía enfadado, pues no haría nada más. Lamentaba la confusión pero el pasado no se podía cambiar. Lo había aprendido por las malas.

Sacudió la cabeza para sacarse esas locas ideas, se apoyó en las manos para darse impulso y levantarse y se volvió de nuevo a la cama. Quizá si se acurrucaba allí con su osito favorito y se quedaba dormida, podría pensar que todo aquello solo había sido un mal sueño.