Primera edición: 2014

Un amor casi perfecto

Serie Nuevas Oportunidades 2

Romance contemporáneo

 

  La vida no era ningún camino de rosas. 

  Y Minerva lo descubrió de la peor forma posible cuando el hombre con el que iba a casarse la abandonó. Embarazada y sola tendrá que hacer frente a una vida nueva e inesperada, donde el amor es irrelevante y lo que importa es el corazón. 

  La dejó sin mirar atrás, pero el destino decidió reunirlos

  Un encuentro inesperado hará que Héctor se replantee decisiones pasadas y se dé cuenta de que nunca quiso dejarla. Un atentado que pondrá en peligro su vida le dará la excusa perfecta para recuperarla, en una carrera contra el tiempo en la que lo único que importará será ganar su confianza y conquistar una vez más su amor. 


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PRÓLOGO


Acababa de recibir la noticia más maravillosa de su vida y apenas si había podido contener su entusiasmo como para aguantar hasta el final de la jornada laboral. Tenía que contárselo cuanto antes a su prometido.

Ya podía imaginar la cara de Héctor cuando llegara a casa y le pusiera en las manos el sobre marrón. Al principio no tendría ni idea de qué contenía, pero en cuanto lo abriera y sostuviera la pequeña fotografía daría un grito de júbilo ante la dicha de lo que estaba por venir.

Atravesó la calle a toda velocidad. Hacía poco que había nevado y el suelo estaba un poco resbaladizo, así que trató de controlar su efusividad y ralentizar su paso. Apenas si le quedaban dos calles para llegar al hogar. Estaba nerviosa, muy feliz, pero nerviosa. Un ramalazo de dudas la golpeó con fuerza al mismo tiempo que una ráfaga helada alborotaba su oscuro cabello.

¿Y si Héctor no se sentía tan feliz como ella ante la idea de ser padre?

Habían hablado de niños muchas veces. Incluso le había dicho que uno de los sueños de su vida era ser madre. Algún día le gustaría tener dos o tres niños, quizá cuatro. Los imaginaba rubios como él y con ojos verdes como ella. Enérgicos, llenos de vida, de sueños y risas. Se imaginaba educándolos y jugando con ellos, imaginaba que él la acompañaba al parque y, mientras los pequeños se entretenían, la abrazaba desde atrás y le susurraba lo mucho que la amaba y cuánto deseaba hacerla feliz.

Parpadeó ante la puerta de cristal del edificio en el que compartían piso. Rebuscó las llaves en el bolso y estaba a punto de abrir cuando lo vio. Héctor estaba frente a ella con una maleta a su lado y un gesto serio poblando sus facciones. Le abrió la puerta y esperó.

―No pensé que llegaras tan pronto ―dijo cerrando tras ella.

―¿Tienes alguna actuación? ―preguntó Minerva mirándolo, la sonrisa congelada en su rostro mientras un mal presentimiento la recorría por entero.

Él solo la miró y negó.

―No, no tengo una actuación. ―Rehuyó su mirada centrándose en un punto justo detrás de su cabeza. No sabía si no le interesaba mirarla o si no quería hacerlo―. Me voy ―sentenció.

Minerva sintió como le temblaban las piernas. No sabía si podría sostenerse mucho más tiempo.

―¿Te vas? ―preguntó sin saber si deseaba conocer la respuesta―. ¿Cuándo vuelves?

La angustia se aposentó en su estómago provocándole un inmenso vacío, uno que amenazó con hacerla correr hasta el baño más cercano y vomitar el escueto almuerzo que había tomado a media mañana.

―No voy a volver ―confirmó él buscando entonces su mirada―. No quería que te enteraras así, Minerva, pero... He cancelado la boda.

Los ojos de la joven se abrieron aún más ante la inesperada noticia, se le secó la garganta y sintió que el mundo entero se le caía encima. Lo miró, buscando alguna señal de que aquello era una broma y que terminaría por decir que subieran y arreglaran cualquier cosa que fuera que hubiera hecho mal.

―¿Por qué? ―preguntó en apenas un susurro, las lágrimas atenazándole la garganta mientras se esforzaba con todas sus fuerzas en no llorar.

El hombre negó mirándola.

―No necesito un motivo y si lo tuviera, tampoco tengo que decírtelo ―la miró con toda su frialdad en la mirada. Una de esas miradas que había dirigido al hombre del banco cuando se había negado a concederles un crédito para la entrada de la casa o a su hermano cuando le había preguntado sus intenciones. Una mirada que nunca creyó que le dirigiera a ella. Nunca antes lo había hecho―. Me marcho.

Agarró su maleta y la miró, se quedó quieto esperando. Minerva se dio cuenta de qué esperaba, estaba en medio y no lo dejaba pasar. Reuniendo toda la fuerza de voluntad que tenía se hizo a un lado y contempló su espalda mientras abría, se detuvo un par de minutos como si quisiera cambiar de opinión, pero finalmente se limitó a decirle:

―No tienes que preocuparte por nada. Todo fue cancelado y aquellos servicios que lo requerían pagados en su totalidad.

Ella alzó la mano tratando de alcanzarle y detenerle, pero apretó con fuerza el puño limitándose a mirarlo, se pegó la mano al destrozado corazón en un intento por alejarse de la tentación de sentir la calidez y fuerza de aquel masculino pecho. Las lágrimas aparecieron en sus ojos amenazando con desbordarse en cualquier momento.

―¿Por qué me haces esto? ―sonó titubeante y odió cada instante del temblor de su voz.

―No eres lo que un hombre como yo necesita ―se encogió de hombros y sin dirigirle ni una sola mirada más, salió a la calle y desapareció.

Minerva se dejó caer en el suelo mientras sollozos incontrolables sacudían su cuerpo. Se llevó una mano al vientre y lloró con más fuerza sin comprender. Aquella mañana él la había despertado con un perfecto desayuno, una flor, una sonrisa y la sesión de amor más tierna e intensa de su existencia y de pronto...

Tenía que haber algo más. Algún motivo. ¿Habría conocido a alguna mujer? ¿Habría hecho ella algo inadecuado? Héctor era tan perfecto, tan elegante y serio que nunca había podido comprender como se había fijado en ella. Nunca lo había dicho en voz alta, pues siempre había tenido el secreto y profundo temor de que él lo descubriera y la abandonara.

Ella no lo había dicho, así que alguien más debió haberlo hecho.

―No te preocupes, bebé ―dijo tocando su aún liso vientre―. No necesitamos un padre que no nos quiere por lo que somos. Que vaya con alguien que se adecue a sus necesidades.

Se estiró, aferró con fuerza el bolso, se secó las lágrimas haciendo que todo el rimel y delineador hiciera una oscura nube en su rostro y caminó hasta el ascensor.

Encontraría la forma de salir adelante sin él. Era una mujer adulta, capaz y profesional y demostraría a todo el mundo que el hombre que ella escogiera sería afortunado de tenerla.

Jamás viviría a la sombra de nadie más.

Jamás suplicaría migajas de amor.

Héctor sería pasado y a partir de ese momento, quizá no de ese exacto pues dolía demasiado, pero pronto, muy pronto, lo olvidaría y seguiría adelante con su vida.

―De todos modos... ―dijo al aire con el sarcasmo tiñendo su voz un instante antes de abrir la puerta de su casa―. ¿Quién necesita amor?